Richard Buckminster Fuller tardó más de 32 años en ver el sentido de su vida, en comprender qué era lo que realmente quería hacer. Que precisamente él, uno de los visionarios y futuristas más importantes del siglo XX, tardase tanto tiempo en darse cuenta de su “misión” es paradójica y a la vez alentador para el resto de nosotros: aunque aún no esté muy claro, siempre hay tiempo para ponernos en marcha y hacer algo mejor.
A Fuller, en concreto, fueron las desgracias personales las que le mostraron que tenía que descubrir cuánto podía cambiar el mundo un sólo hombre. Con 27 años, murió su hija y, cinco años después, el propio Fuller se quedó sin trabajo y sin dinero.
Tan cerca del abismo, tanteando el suicidio incluso, decidió levantarse y miró las notas con las que, cada día durante 15 minutos, documentaba todas sus ideas. Aquel diario, al que más tarde llamaría el Dymaxion Chronofile, le hizo ver que tenía talento para imaginar un futuro mejor. Y quiso ponerlo en práctica. De sus muchos inventos, la casa Dymaxion es uno de esos que no consiguió perdurar más que en forma de maravilloso proyecto. Es otra tecnología que fracasó.